Las tres alturas
Colombia está atravesando uno de los momentos más cruciales de su historia reciente. Este momento se encuentra marcado por la negociación del actual gobierno con la principal guerrilla, FARC EP. Como fruto de este proceso de cuatro años, el país cuenta con un documento de 297 páginas que contiene lo pactado entre estas dos fuerzas. En medio de ellas y de todo lo pactado estamos los colombianos.
Tanto frente al
proceso de negociación como frente a lo pactado hay posiciones bastante
encontradas, unas completamente favorables y otras de rotunda oposición. Ciertamente
la polarización poco aporta a los debates y en general a los esfuerzos que la sociedad
debe disponer para construir la paz. También es posible encontrar posiciones más
moderadas, pero nunca neutras. Quizás exista una tercera posición, menos común en
los debates polarizados, pero no por ellos menos grave: la indiferencia.
El gobierno
colombiano, especialmente el de Juan Manuel Santos, tiene que estar a la altura
del momento histórico. Poco importan las encuestas y los réditos políticos que
otorga la opinión pública a los funcionarios que le agradan. Algo que tiene el
poder de transformar tan profundamente el país va mucho más allá del titular o
el post en redes sociales. La altura que se le pide al presidente es la de
buscar el bien común y mantenerse en ello con la mayor fortaleza posible. Para ello
es importante una visión metahistórica, es decir que abarca el pasado, el
presente y el futuro. En el momento presente debe discernir el bien superior, no
sólo para los hombres de hoy, sino pensando en la deuda con los colombianos del
pasado y con los del futuro.
Por otra parte, las
FARC EP tienen que alcanzar su propia altura, no la de las montañas que durante
tantas décadas fueron su refugio. La altura que ellos están llamados a alcanzar
es la de la verdad. La justicia transicional pactada, exige una verdad si se
quiere llamar, narrativa. Una verdad que cuente y hasta demuestre lo que ocurrió
y quien estuvo tras de ello. Es en principio una verdad orientada a los hechos
para que sean conocidos, reconocidos y nunca más vuelvan a ocurrir. Pero la
verdad a la que se deben elevar es mucho mayor y traspasa los límites de la justicia
transicional. Las FARC EP deben alcanzar la veracidad, el hábito de actuar en y
la verdad. Poco le sirve a Colombia que deje de existir en la ilegalidad un
grupo de hombres y mujeres disciplinados, que niegan el derecho y la dignidad
humana con acciones sistemáticas de violencia, si en la legalidad terminan comportándose
como los demás políticos, empresarios y ciudadanos corruptos o de doble vida. Están
llamados a ser ciudadanos y políticos de verdad.
Finalmente, una altura
mucho mayor, a la del presidente y las FARC EP,
es la que debe lograr la sociedad
colombiana. Si bien la paz requiere de las instituciones públicas y de las estructuras
democráticas, no emerge de ella, así como no lo hace la sociedad misma. La paz
emerge del corazón del hombre, que es el lugar donde se afinca el deseo del
bien, de la verdad y del amor. La altura que espera a los colombianos es la de
un proyecto común de nación, que supere el centralismo capitalino y el revanchismo
regionalista, que supere los caudillismos políticos y el indiferentismo entre
otros asuntos. Los colombianos nunca podremos exigirle
al presidente (a los demás políticos y funcionarios) y a las FARC EP que se
comprometan a lograr sus respectivas alturas si no trabajamos por lograr la
propia. Al final, los políticos de una sociedad tienen la altura y los
violentos alcanzan la bajeza que tienen sus ciudadanos.
Para terminar, unas
palabras de Juan Pablo II “Ciertamente son muchos los factores que pueden
favorecer el restablecimiento de la paz, salvaguardando las exigencias de la
justicia y de la dignidad humana. Pero no podrá emprenderse nunca un proceso de
paz si no madura en los hombres una actitud de perdón sincero. Sin este perdón
las heridas continuarán sangrando, alimentando en las generaciones futuras un
hastío sin fin, que es fuente de venganza y causa de nuevas ruinas. El perdón
ofrecido y aceptado es premisa indispensable para caminar hacia una paz
auténtica y estable” (Mensaje para la celebración de la XXX JORNADA
MUNDIAL DE LA PAZ, 1 de enero de 1997)
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