Días atrás, llegó a mi correo electrónico un mensaje de un
grupo pro-vida que se ocupa de la denuncia del aborto especialmente a través de
medios virtuales y redes sociales. Entre la abundante información que contenía dicho
correo, una de las frases afirmaba categóricamente que el debate pro-vida es “netamente
jurídico y científico”, con lo cual los demás campos y argumentos, en
especifico el religioso, quedaban vetados. Inicialmente mi reacción fue rechazar
tal postura a la vez que tratar de entender su contexto. Y es que muchas de las
intervenciones públicas que hacen los defensores de la vida, terminan
pareciendo una homilía cuyo mensaje es indescifrable para interlocutores agnósticos,
ateos o relativistas. Sin embargo, esta deficiencia no es motivo para invalidar
la posición y argumentación de base religiosa en medio de ese difícil debate
(cultura de la vida vs cultura de la muerte). Al invalidar este ángulo, con el
que se puede mirar una situación nefasta como el aborto, los defensores pro-vida
se alinean con los pro-abortistas o promotores de la cultura de muerte, quienes
sostienen que el creyente no es un interlocutor con las credenciales
necesarias. Anular la posición religiosa
en un debate como el señalado, en medio de una sociedad que se autoafirma como
plural, es sucumbir ingenuamente al laicismo. Recordemos que el laicismo es
una ideología que tiene como objetivo aniquilar toda referencia a la dimensión religiosa
de la persona y la sociedad, y que es particularmente hostil al Cristianismo de
la Iglesia Católica.
El creyente tiene tanto derecho como cualquier otro a
participar en los debates de la sociedad, pero también tiene la obligación de
conocer y exponer otras razones diferentes a las ofrecidas por su credo específico.
Los argumentos religiosos son importantes y validos, pero también es necesario
tener argumentos de otro tipo: económicos, científicos, políticos, jurídicos, filosóficos,
etc.
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