Hay un basamento para la esperanza que es una
cierta confianza en la vida, un cierto gusto de la vida y de la
felicidad. Es esta confianza natural, esta esperanza en el valor de la
existencia la que la gracia de Dios viene a coronar en nosotros, pero
que en una cierta medida la supone.
Pueden
existir seres de tal manera machacados, que ese basamento natural esté
tocado; seres así incapaces de esperar tienen la impresión de que su
vida es un fracaso y que ellos ya no esperan nada. Estos seres necesitan
primero ser curados en su ser natural para que la gracia pueda luego
operar sobre ello. Tenemos que devolver la confianza en sí mismo a estos
seres de los que el mundo está lleno, en quienes hay un fondo de
desánimo y, en el límite, de desesperación. Sólo el amor puede
salvarles, pues en la medida en que un ser es amado, es decir, en que
alguien tiene confianza en él, en que puede reencontrar la confianza en
sí. Una de las mejores maneras de amar es esperar alguna cosa del otro,
pues la caridad no consiste solamente en dar, sino también en pedir, en
mostrar a los otros que ellos pueden ser útiles. El mayor sufrimiento
para muchos seres es pensar que su vida no tiene valor. Esto conduce a
las soledades desesperadas a la ruptura con la comunidad. Siempre hay
que tender a no apabullar a los seres. Pero hay una manera de ser bueno
que impide a los otros serlo. Es el paternalismo en todas sus formas que
ahuyenta a las gentes de sus servicios. Habría que estar siempre
próximo a los más pequeños gestos de buena voluntad, alentarlos,
sostenerlos: es ésta la verdadera manera de amar y de ayudar a los seres
desilusionados a creer de nuevo en ellos mismos, a retomar esa
confianza en ellos que les devolvería el gusto de la existencia, de la
felicidad y de la vida. Esta actitud es profundamente cristiana, pues
Dios es vida, y este mundo que ha hecho es bueno. Adherirse a la vida,
creer en ella es comportarse profundamente en el corazón de Dios y según
el sentido de la creación. No sólo la esperanza nos adapta y nos abre a
un perfeccionamiento espiritual de nuestro ser. Es lo que decimos en el
Acto de esperanza: "Yo espero la gracia en este mundo y la vida eterna
en el otro"
DANIÉLOU, Jean. Contemplación, crecimiento de la Iglesia. Madrid : Ediciones Encuentro, 1982. pp. 60-61.
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