jueves, 27 de diciembre de 2012

Esperanza y amor

Hay un basamento para la esperanza que es una cierta confianza en la vida, un cierto gusto de la vida y de la felicidad. Es esta confianza natural, esta esperanza en el valor de la existencia la que la gracia de Dios viene a coronar en nosotros, pero que en una cierta medida la supone.

Pueden existir seres de tal manera machacados, que ese basamento natural esté tocado; seres así incapaces de esperar tienen la impresión de que su vida es un fracaso y que ellos ya no esperan nada. Estos seres necesitan primero ser curados en su ser natural para que la gracia pueda luego operar sobre ello. Tenemos que devolver la confianza en sí mismo a estos seres de los que el mundo está lleno, en quienes hay un fondo de desánimo y, en el límite, de desesperación. Sólo el amor puede salvarles, pues en la medida en que un ser es amado, es decir, en que alguien tiene confianza en él, en que puede reencontrar la confianza en sí. Una de las mejores maneras de amar es esperar alguna cosa del otro, pues la caridad no consiste solamente en dar, sino también en pedir, en mostrar a los otros que ellos pueden ser útiles. El mayor sufrimiento para muchos seres es pensar que su vida no tiene valor. Esto conduce a las soledades desesperadas a la ruptura con la comunidad. Siempre hay que tender a no apabullar a los seres. Pero hay una manera de ser bueno que impide a los otros serlo. Es el paternalismo en todas sus formas que ahuyenta a las gentes de sus servicios. Habría que estar siempre próximo a los más pequeños gestos de buena voluntad, alentarlos, sostenerlos: es ésta la verdadera manera de amar y de ayudar a los seres desilusionados a creer de nuevo en ellos mismos, a retomar esa confianza en ellos que les devolvería el gusto de la existencia, de la felicidad y de la vida. Esta actitud es profundamente cristiana, pues Dios es vida, y este mundo que ha hecho es bueno. Adherirse a la vida, creer en ella es comportarse profundamente en el corazón de Dios y según el sentido de la creación. No sólo la esperanza nos adapta y nos abre a un perfeccionamiento espiritual de nuestro ser. Es lo que decimos en el Acto de esperanza: "Yo espero la gracia en este mundo y la vida eterna en el otro"
DANIÉLOU, Jean. Contemplación, crecimiento de la Iglesia. Madrid : Ediciones Encuentro, 1982. pp. 60-61.

No hay comentarios:

Publicar un comentario