«La vida moderna tiende a eliminar de las
relaciones interhumanas todo carácter de intimidad, de personalidad. Las
conversaciones habituales de las oficinas, los salones, las distintas
agrupaciones y aun la mayoría de las familias, son casi siempre
impersonales. Se habla de negocios, de cosas, de acontecimientos, de
ideas abstractas; rara vez las personas se interpelan en verdad de
hombre a hombre, de sujeto a sujeto. Muchos hombres nunca han sido para
alguien un sujeto, un ser único, no intercambiable; son únicamente
miembros de una ciudad, de una empresa, de una agrupación, de una
familia. Para la mayoría de los patrones, el servicio doméstico y los
obreros son simples instrumentos que no tienen rostro. Y una cierta
medida de democratización en el vestir, la vivienda y aun en la
educación y en la cultura, contribuye con lo suyo a extender el reino
del anonimato. Ahora bien, lograr una comunicación directa, personal,
con una o varias personas, es el anhelo más profundo del corazón humano.
Si este anhelo no se cumple, el resultado es tristeza, melancolía,
angustia, neurosis. Sólo un amor personal es capaz de dar a los humanos
el sentimiento de ser algo único, de romper el marco de lo objetivo.
Pero cuántos son los que nunca se supieron amados por alguien. La misma
familia es, con suma frecuencia, un lugar de soledad, una experiencia
nueva que se abre ante el hombre trágicamente solo. En la mayoría de las
familias los miembros se quedan casi siempre (como por una especie de
hábito contraído en la vida social) en el plano de lo objetivo, y un
falso pudor les impide ser, los unos para los otros, lo que querrían ser
en lo más profundo de sí mismos. Al parecer, muchos jovencitos y
jovencitas que se casan ignoran que podrían ser, el uno para el otro,
algo más que instrumentos en el interior de la propia soledad. Tal
soledad moral no es la suerte exclusiva de quienes podríamos llamar los
vencidos de la vida: sirvientes, proletarios, huérfanos. También la
conocen los jefes, los hombres superiores, y con acuidad tanto mayor
cuanta es la finura de su conciencia.»
LEPP, Ignace. La comunicación de las existencias. Buenos Aires : Carlos Lohlé, 1964. p 9 -11.
LEPP, Ignace. La comunicación de las existencias. Buenos Aires : Carlos Lohlé, 1964. p 9 -11.
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