lunes, 24 de diciembre de 2012

Soledad de la vida moderna

«La vida moderna tiende a eliminar de las relaciones interhumanas todo carácter de intimidad, de personalidad. Las conversaciones habituales de las oficinas, los salones, las distintas agrupaciones y aun la mayoría de las familias, son casi siempre impersonales. Se habla de negocios, de cosas, de acontecimientos, de ideas abstractas; rara vez las personas se interpelan en verdad de hombre a hombre, de sujeto a sujeto. Muchos hombres nunca han sido para alguien un sujeto, un ser único, no intercambiable; son únicamente miem­bros de una ciudad, de una empresa, de una agrupación, de una familia. Para la mayoría de los patrones, el servicio doméstico y los obreros son simples instrumentos que no tienen rostro. Y una cierta medida de democratización en el vestir, la vivienda y aun en la educación y en la cultura, contribuye con lo suyo a extender el reino del anonimato. Ahora bien, lograr una comunicación directa, personal, con una o varias personas, es el anhelo más profundo del corazón humano. Si este anhelo no se cumple, el resultado es tristeza, melancolía, angustia, neurosis. Sólo un amor personal es capaz de dar a los humanos el sentimiento de ser algo único, de romper el marco de lo objetivo. Pero cuántos son los que nunca se supieron amados por alguien. La misma familia es, con suma frecuencia, un lugar de soledad, una experiencia nueva que se abre ante el hombre trágicamente solo. En la mayoría de las familias los miembros se quedan casi siempre (como por una especie de hábito contraído en la vida social) en el plano de lo objetivo, y un falso pudor les impide ser, los unos para los otros, lo que querrían ser en lo más profundo de sí mismos. Al parecer, muchos jovencitos y jovencitas que se casan ignoran que podrían ser, el uno para el otro, algo más que instrumentos en el interior de la propia soledad. Tal soledad moral no es la suerte exclusiva de quienes podríamos llamar los vencidos de la vida: sirvientes, proletarios, huérfanos. También la conocen los jefes, los hombres superiores, y con acuidad tanto mayor cuanta es la finura de su conciencia.»

LEPP, Ignace. La comunicación de las existencias. Buenos Aires : Carlos Lohlé, 1964. p 9 -11.

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